Wednesday, October 24, 2012

Obsesos-Obesos


“Todas mis amigas son regias”, es una afirmación que escucho cada vez más. Regias es sinónimo de flacas, delgadas, sin un gramo más de lo debido. La versión masculina, menos frecuente, pero en aumento, es “todos mis amigos son fortachones, agarrados, musculosos”. El resultado es una epidemia de imagen corporal distorsionada.
El desarrollo es indisociable de cambios en la imagen corporal, en el concepto de uno mismo. En momentos de aceleración condimentados con sensibilidad autocrítica, como la pubertad y adolescencia, son inevitables turbulencia y desconcierto. Vellosidades, redondeces, afilamientos, menstruación, sueños húmedos y los misterios de la atracción sexual, no son poca cosa. Son lapsos de duda, inconformidad, malestar, por lo menos parte del tiempo.
Pero ahora el asunto comienza mucho antes y se prolonga largo tiempo después. Nos pesamos todo el tiempo, nos medimos todo el tiempo y tenemos en mente un ideal de cuerpo y salud que escapa al 95% de los humanos. Un cuerpo enemigo, un cuerpo al que vencer y doblegar, al que meter a toda costa en un formato imposible, a la manera de las hermanastras con el zapatito de la Cenicienta.
Obsesionados con la obesidad —obesos más una “s”—, al mismo tiempo que decimos no querer discriminar a nadie por sus características físicas, quedamos todos excluidos de una imagen corporal imposible. Y convertimos en una característica de toda la vida la inseguridad natural del cuerpo púber y su inevitable dosis de malestar e insatisfacción.
Desde niños asediados por los manuales del comer ideal hasta viejos peleando por recuperar el tiempo y deshacerse de sus marcas, hemos terminado teniendo 12 años toda la vida. Y entre dietas, impuestos a la comida incorrecta, rutinas de ejercicios, bandas gástricas y liposucciones, lo único que adelgaza es nuestra billetera.

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