Tuesday, September 25, 2012

En defensa propia.



El camino hacia el barranco de la indiferencia es largo.

Caer en el barranco de la indiferencia es el final. Nunca saldréis de ahí. Jamás voy a sacaros.

Aunque soy malísima persona, en mi barranco de la indiferencia no hay mucha gente. Hay algunos y contra lo que muchos puedan pensar he tardado muchísimo en echarlos allí, darme la vuelta.

Para mí, la peor sensación que me puede provocar alguien es serme completamente indiferente. Si me haces feliz, me diviertes, te quiero, me haces reír, me enseñas es obvio que no me eres indiferente. Pero si me haces enojar hasta sacarme de mis casillas, si me pones de mal humor que haces que me rechinen los dientes, si no te soporto, si por tu culpa lloro hasta ahogarme…tampoco estás en el barranco de la indiferencia.

Echar a alguien al barranco de la indiferencia no es fácil y no todo el mundo es capaz.

Obviamente alguien empieza a pedir a gritos que le muestres el camino a ese abismo cuando empieza a maltratarte. Para que alguien empiece a maltratarte  antes ha tenido que tener algún tipo de relación “cercana” contigo ya sea de amistad, de parentesco, de trabajo, en el gimnasio, lo que sea. Esa relación de cercanía de algún tipo se ha fraguado porque tú te has dejado o porque no te ha quedado más remedio en el caso de los compañeros de trabajo y la familia, pero aún así la oportunidad de que lo que haga esa persona te afecte emocionalmente se la has dado tú. En algún momento pensaste que merecía la pena esa cercanía, en algún momento te abriste un poco la coraza y tuviste confianza. Por eso mismo, cuando alguien empieza a maltratarte tiendes a pensar que no lo hace a proposito, que seguro que todo se arregla o que en el fondo no te afecta tanto. Pero sí, te afecta y mucho, por una parte por lo que el otro está haciendo y por otra porque te sientes mal por haber sido tan tonto de haberte confiado.Molesta  darse cuenta de que te equivocaste en tu apreciación…

Cuando el maltrato, el sufrimiento y el dolor continúan en el tiempo lo normal, si no eres un masoquista absurdo, es  indignarte. Cuando caes del limbo de buenismo que traemos de serie y que te hace pensar que ser malo es malo, lo suyo es enojarte mucho con esa persona, enfadarte, gritar y elucubrar posibles escenarios en los que el otro sufra y tú lo veas.

El sufrimiento y el enojo no son etapas sucesivas en el camino hacia el barranco de la indiferencia, se van alternando durante un periodo más largo o más corto dependiendo del roce entre esas personas y del aguante que tenga la que está más puteada. Hay gente increíblemente fuerte que es capaz de aguantar ese ritmo durante años y años pasando de un extremo a otro del espectro, pasando del enojo absoluto a las lágrimas más amargas aderezado todo con unas gotas de “buenísimo paralizante” que le hace decir cosas como: yo no voy a ser como él/ella.

Yo no.

Yo alterno esas dos etapas un tiempo hasta que un día, normalmente, después de un enojo monumental de los que me hacen vomitar, un rayo de lucidez me atraviesa la cabeza y empujo a esa persona al barranco de la indiferencia.

La oigo caer y aterrizar en el fondo.

No se desploma y muere. No desaparece. No dejo de saber que existe.

Es mucho peor. Sé que existe. Sé que sigue viviendo, puedo incluso saber lo que le sucede de bueno o malo, pero me es completamente indiferente. Me resbala. No me afecta. Por supuesto caer en el barranco de la indiferencia supone que jamás volveré a verte, puedo encontrarme contigo por la calle y mirar a través de ti. No es que seas transparente, es que no te veo. Puede incluso que me hables y puedo oír tu voz, pero no te escucho.

Todo lo que esa persona era en mi vida, desaparece en el barranco de la indiferencia sin dejar rastro. La persona y todo lo que le rodea se convierte en nada. Me da igual lo que le pase. No me alegra lo bueno que le pase y no me da pena lo malo. Sencillamente no siento nada. Me afecta más lo que le ocurra a un desconocido en la calle, al personaje de un libro, a Meg Ryan en una película, a Bob Esponja, que lo que le ocurra a esa persona.

No es una sensación desagradable. No tengo remordimientos ni nada. Encuentro extrañamente placentero el hecho de que cuando esa persona persiste en su empeño de hacer algo para insultarme, ese algo me de exactamente igual.

Cuando tiro a alguien al barranco de la indiferencia, sencillamente me doy la vuelta y respiro tranquila.

Es liberador.

Es en defensa propia.

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